2223-19 Reconocimiento Aniversario de Oro, Distincion Herminia Tormes Garcia a los profesores Guillermo Figueroa Prieto y Michel J. Godreau Robles
6 de septiembre de 2022
Circular 2223-19
A la Comunidad
Escuela de Derecho
Vivian I. Neptune Rivera
Reconocimiento Aniversario de Oro, Distincion Herminia Tormes Garcia
a los profesores Guillermo Figueroa Prieto y Michel J. Godreau Robles
El sábado 3 de septiembre de 2022, el Colegio de Abogados y Abogadas de Puerto Rico rindió un merecido homenaje a los miembros de la profesión legal con cincuenta años o más en la práctica al otorgarles la distinción Herminia Tormes García en su Aniversario de Oro en la Práctica del Derecho. De nuestra facultad fueron reconocidos los queridos compañeros Guillermo Figueroa Prieto y Michel J. Godreau Robles. Comparto el mensaje del Lcdo. Eduardo (Tuto) Villanueva con motivo de esta emotiva actividad:
“Reconocimiento Aniversario de Oro, Distinción Herminia Tormes García:
Debo comenzar estas breves reflexiones con este hermoso poema, porque sé que la poesía nos lleva de la mano a lugares donde a veces falta el lenguaje:
El poema “Yo soy el Abogado” fue escrito por el jurista argentino Horacio Alberto Vero y forma parte de su libro de poemas titulado “Poemas a Despacho”.
YO SOY EL ABOGADO
“El que todas las mañanas va recorriendo juzgados
y que anda a los apurones por ese escrito con cargo.
El que soporta la espera, el que se banca los paros,
y debe poner la cara justificando el atraso.
El que abre el escritorio y sale a ganarse el mango,
porque se vienen las cuentas y todo sigue a despacho.
El que no tiene licencias, ni salarios, ni aguinaldo,
y debe pelearla duro, porque se cobra salteado.
Yo soy el abogado.
Muchas veces de pleitero, injustamente acusado.
Al que todos lo consultan cuando se ven apurados
en la calle, en el cine, y en la cola del mercado,
y al que nadie le pregunta: ¿Doctor, se le debe algo?
Yo soy el abogado.
El que tantas veces pone su paciencia de artesano
para llegar al final con deudor insolventado.
El de cédulas y oficios, a pulmón diligenciados.
El que debe tolerar el sistema colapsado,
las nuevas disposiciones de Rentas y de Catastro,
los timbrados del Registro y el humor del funcionario.
Yo soy el abogado.
El que hace de estratega, de confesor, y de malo,
de mediador y de amigo, de psicólogo y de hermano.
El que sale a cara o cruz, con niebla o lluvia viajando,
porque justo le fijaron una audiencia bien temprano.
El que se muerde los labios porque el testigo ha faltado.
El que sufre taquicardia mientras va leyendo el fallo.
Del mostrador, para acá. Del pasillo, quede claro.
El que recorre Juzgados, durante meses y años.
A mucha honra señor, yo soy el abogado”
Es un privilegio de vida y de hondo significado espiritual para la institución del Colegio de Abogados(as) de Puerto Rico, poder celebrar esta reunión entre amigos y amigas que cumplen cincuenta años o más en el ejercicio de la profesión de abogado(a). Al hacer este homenaje pienso en cuántos(as) compañeros(as) ya no están con nosotros, pero fueron parte de nuestro desarrollo y nuestro crecimiento en la profesión y la vida en los tribunales. No dejamos de pensar por qué se nos concedió a nosotros y no a ellos, el privilegio de seguir en esta lidia, en esta lucha tan compleja y a veces dolorosa, por las pasiones humanas que están presentes en la solución de conflictos y de protección de derechos ciudadanos y constitucionales en los tribunales.
No es ocioso repasar qué aprendimos en la escuela de Derecho que nos formó y cómo tuvimos que adaptar esas destrezas y conceptos a la realidad de la vida. Cómo logramos enfrentarnos a jueces y juezas de diversas tendencias y filosofías. Algunos con temperamento judicial y otros con la vanidad y la soberbia que a veces produce el poder. Los jueces y juezas, de algún modo son como pequeños dioses que tienen en sus manos, la libertad, la propiedad y los derechos constitucionales de ciudadanos y de grupos diversos que comparecen en busca de justicia a su sala. No son electos por el pueblo y a veces ni siquiera necesariamente por sus méritos, sino por cuánta gente y amistades con poder político van conociendo en el camino de su crecimiento y experiencia profesional. Si se equivocan o abusan de su poder, no podemos votar para sacarlos y están en sus puestos hasta que se retiren o los destituyan por razones muy reducidas y especiales. Muchos de ellos y ellas en cambio, tienen temperamento judicial, son estudiosos, conocen el Derecho y tienen sensibilidad y empatía con los más necesitados. Trabajan jornadas de mucho más de ocho horas diarias. Trabajan con escasos recursos, oficiales jurídicos limitados y a veces con una carga de entre ochocientos a mil casos anuales. Son obreros sacrificados de la justicia, en un rol que no siempre es plenamente comprendido ni aceptado.
Los juristas que son profesores(as), tienen la obligación constante de mantener viva la alegría de aprender y de disfrutar el don y el privilegio de transmitir su conocimiento y su pericia, sobre lo qué es el Derecho y el sentido de justicia. Son alfareros de la materia prima que formará los futuros juristas y cargan con el privilegio de conocer estudiantes que dicen en alguna circunstancia especial: “El o ella, fue mi profesor, aprendí y disfruté mucho en su clase y parte de lo que soy como jurista se lo debo estos profesores que amaban la docencia y hacían de ella un arte”.
Los(as) abogados(as) que litigan en lo civil, penal o administrativo, tienen su propia dinámica de enfrentar los retos de la profesión. Varios adversarios poderosos los acechan, a saber: los jueces que deben evaluar los hechos y el derecho de su caso. Los clientes propios y contrarios, que muchas veces olvidan que los abogados son humanos que se cansan, que tienen debilidades y fortalezas como todo ser humano, pero sobre todo, viven bajo el dilema trágico en su existencia, de que su caso, por más derecho que conozca, por más esfuerzo que ponga en la litigación, lo decide un tercero, que puede ser un juez o un jurado y nunca se puede garantizar plenamente un resultado que satisfaga todas las partes.
Abogado viene de advocatus, que significa abogar por una causa, bien en un litigio o en una negociación. En las manos del abogado está y pesa, el deber sagrado de asegurar los derechos de su cliente, tanto en el área penal, civil o administrativa. Tenemos la obligación de defender y salvar, los derechos de propiedad, la libertad y la vida y eso lo hacemos muchas veces con poco descanso personal y hasta con la incomprensión en la comunidad social, incluso de los litigantes y de los propios clientes. A estas alturas, todavía se nos cuestiona a los juristas, cómo es que podemos defender a un cliente que es culpable. Esa pregunta surge con frecuencia, aunque el Estado es quien tiene que probar quien es culpable, en un proceso que sea justo e imparcial y ante un juez o jurado con un ánimo no prevenido. Casi nadie le pregunta a los fiscales o a la policía, cómo pueden ser parte de un proceso en que la investigación sea insuficiente, negligente o maliciosa, que conlleve el riego de enviar a la cárcel a un inocente o a alguien que solo es culpable de un delito menor incluido con una penalidad inferior a aquella por la cual se le acusa.
Todavía, habiéndose celebrado un referéndum para auscultar si se debía enmendar el derecho constitucional absoluto a la fianza, habiendo votado el pueblo a favor de que se mantenga ese derecho, la prensa y algunos sectores de opinión pública hacen presión y los jueces y juezas a veces ceden a ello, para que se impongan fianzas que son irrazonables y son más un castigo previo que una garantía de comparecencia a juicio. ¿Hasta cuándo la Rama judicial permitirá esa violación de facto, al mandato del pueblo para que la fianza no sea un castigo previo, sino una garantía de comparecencia a juicio?.
Me consta que en los casos penales y civiles complejos, los abogados llevan sus pleitos a la cama y son reos de hondas preocupaciones y mal descanso. Esas tensiones y presiones afectan su salud de diversos modos y en ocasiones, les produce enfermedades que los incapacita y hasta los lleva a la muerte.
Luego de esa larga jornada de más de cincuenta años, Los juristas que hoy reconocemos siguen siendo baluartes activos en nuestra profesión, siguen sirviendo con sus talentos, su experiencia y su sabiduría a nuestro país. Tienen derecho al descanso, a espacios en su vida para viajar, leer lo que les plazca, ver películas de excelencia, oír buena música y según el caso que escojan o la clase que deseen impartir, transmitir su conocimiento a sus discípulos. Es injusto e impropio, como si los juristas con larga carrera fueran un excedente, que se les pregunte: ¿Ya te retiraste, ya no ejerces?.
Esa pregunta no se le hace a un músico, a un escritor, a un compositor, a un artista, a un ministro de la fe escogida. ¿Por qué la gente se la hace a los abogados(as), si ellos son un poco, cada uno en su especialidad, como todos los creadores y servidores que he mencionado?. Creo, estoy seguro, que el ilustre Colegio de Abogados y Abogadas de Puerto Rico, ha crecido, ha subsistido, se ha fortalecido con la obra jurídica y de vida plena en la lidia profesional, con la entrega de los y las juristas que honramos en el día de hoy y que al decir de Juan Antonio Corretjer; son un lujo en nuestra historia. Muchas gracias.”
En San Juan, Puerto Rico, hoy 3 de septiembre de 2022, Eduardo (Tuto) Villanueva Muñoz, Abogado residente y practicante en Isabela. Colegio de Abogados y Abogadas de Puerto Rico.
Felicitamos a nuestros colegas Guillermo Figueroa Prieto y Michel J. Godreau Robles por este merecido reconocimiento en su Aniversario de Oro en la profesión. Quienes tenemos el privilegio de contar con ustedes como guías, maestros y amigos, valoramos la excelencia académica, el compromiso apasionado con la justicia y la exquisita calidad humana con que nos honran día a día. Desde la academia los aplaudimos y reconocemos por sus aportaciones basadas en la equidad real. Exhorto a la comunidad de la Escuela a unirse a esta felicitación.